viernes, 30 de agosto de 2013

Noches interminables.

Amanece...
o está cayendo la noche.
No estoy seguro.
La utopía de una noche sin tu regazo
lo cubre todo de una espesa niebla.

Es incómodo no poder rozar mis pies
con los tuyos cuando el frío se cuela
por debajo de las mantas.

Los grillos montan barricadas en el portal
y algunos cantan tan fuerte
que me impiden escuchar
el interrumpido latir de mi corazón melancólico.

Por la ventana no asoma ni la tenue luz de una farola,
pero igualmente me duelen los ojos.
Parece que quieren decirme algo,
o que quieren huir a otro lugar
a ver paisajes mejores.

Tengo frío.
Pero es un frío interno, intocable,
un frío que me recorre el cuerpo
y no calma por mucho que me cubra.

Estoy a un escaso metro del suelo,
pero lo veo muy lejano.
Me siento como en un precipicio
en mi propia atmósfera.

Noches infinitas, interminables,
noches que no deberían existir.
Noches sin sueño y sin sueños.
Noches duras y tristes,
noches largas.
Noches sin ti.

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