domingo, 1 de septiembre de 2013

Abdou.

Abdou es un chico de quince años que vive en Senegal. Su padre, Ibrahima, tiene 54 años y trabaja en una de las multinacionales francesas que explotan los recursos y la mano de obra de su país. Trabaja doce horas al día y cobra el equivalente de cincuenta euros al mes. Tiene un hermano, Mamadou, de 21 años. Su madre, Khady, tiene 51 años. La situación en su familia es insostenible, solo consiguen comer una vez al  día con la miseria que papá trae a casa. De vez en cuando, mamá consigue robar algo y tienen una barra de pan extra para cenar. Ibrahima lleva varios meses ahorrando para poder viajar hasta Marruecos y llegar en patera desde allí a España, pero le da miedo el trayecto y sabe que si llega tendrá que ahorrar durante un par de años para poder pagar el viaje a su familia. Además, su esposa no tiene trabajo y no sabe cómo podrá subsistir su familia. 

Septiembre, 2013. Ibrahima ha ahorrado lo suficiente y sale hacia Marruecos. Se despide de su esposa con un beso apasionado y abraza con fuerza a sus dos hijos, que le despiden llorando. Pasan dos meses y Abdou todavía no tiene noticias de su padre. Cada día espera con ansia recibir una carta suya diciéndole que está bien, pero nunca llega. Tanto él como su hermano Mamadou han empezado a trabajar en la misma multinacional en la que su padre trabajaba, para poder dar de comer a su madre. Así permanecen dos meses más, hasta que les llega una carta desde España. Cuatro meses después de despedirse de su padre, les comunican que la patera en la que viajó llegó a la orilla con 7 personas más. Él y otro chico más joven habían muerto en el viaje a causa de la falta de alimentos y del calor. Su madre no lo puede creer, rompe a llorar desesperada por haber perdido al hombre con el que llevaba más de 30 años. Sus hijos lloran abrumados por la muerte de su padre, que dio su vida día tras día para llevarles comida a casa. El capitalismo ha acabado con su padre y Abdou decide semanas después no continuar allí y tomar el ejemplo de su padre. Convence a Mamadou y a su madre para afrontar la necesaria travesía con él y así lo hacen, tras varios meses ahorrando algo de dinero para llegar a Marruecos. Pasan horas y horas en el mar, bajo el profundo sol, con 2 chicas más de la edad de Mamadou. Por fin llegan a la orilla, casi deshidratados y consiguen entrar al país de manera ilegal.

Tras más de un año buscando trabajo, Abdou y Mamadou se rinden y deciden entrar en el mundo de la droga para conseguir algo de dinero para ayudar a su madre, que lleva unos meses muy enferma. Abdou entra en el mercado de la droga como camello, vendiendo cocaína y cristal a distintas personas. Siempre siente que la policía anda cerca, husmeando. Él detesta vivir así, pero no le queda otra opción. Un día, su hermano contacta con él. Le han detenido con muchísima droga encima y le van a meter en la cárcel varios años. Al ser inmigrante, la justicia española decide repatriarle y llevarlo de nuevo a Senegal, dejando a Abdou y a su madre en España. Abdou no gana el suficiente dinero para pagar un hospital a mamá, que a los dos meses muere delante de sus ojos. Abdou está solo y asustado. Decide dejar el mundo de las drogas y resignarse a pedir algo de limosna en una esquina del centro de la ciudad, comiendo gracias a la caridad.

Con el paso del tiempo, Abdou no vuelve a saber nada de Mamadou. Ha perdido a su padre y a su madre y su hermano mayor ha sido detenido, encarcelado y repatriado. Ya no sabe qué hacer. Una tarde, andaba llorando, como siempre, cuando vio que en una tienda del centro vendían productos fabricados por la empresa que explotó a su padre y posteriormente a su hermano y a él. Seca sus mejillas y va a la gasolinera que había a cinco minutos de allí, roba un litro de gasolina que mete en una botella que había tirada por el suelo y sale corriendo. Llega a la tienda y, sin dudarlo, la rocía de gasolina y la prende fuego. Mientras los cristales estallan y la gente sale corriendo, él observa, esbozando una íntima sonrisa bajo las lágrimas que de nuevo cubren su cara, recordando a su familia. La policía llega y, al verle, le da una paliza ahí mismo, para posteriormente detenerlo desmayado. Cuando despierta está en una celda oscura y fría, con un brazo roto y sin poder moverse por el inmenso dolor que siente en todo el cuerpo. Le dejan ahí más de un día solo, sin luz, sin comida y sin agua. Abdou está perdiendo el juicio y no deja de gritar y de llorar el nombre de su madre. Por fin llegan tres policías armados que abren la celda y le obligan a acompañarles, sin apenas poder moverse. Ágilmente, consigue despistar a un policía y le roba la pistola, ya que éstos no le habían esposado al verlo innecesario debido a su aspecto después de la paliza. Él les amenaza y cuando le están apuntando, sube el arma y se dispara en la cabeza. Todo se apaga, por fin. El capitalismo negó a Abdou una vida digna y le condenó a una llena de dolor y frustración hasta su último momento. Abdou cayó muerto al instante, en el último momento recordó una tarde en la que, cuando él tenía 6 años, jugó al escondite con su hermano. Su cuerpo estaba destrozado y sangraba, pero su boca lucía una preciosa sonrisa.

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