Las
cosas parecen eternas, hasta que se acaban. Somos conscientes de la
inestable situación de nuestro planeta, pero lo vemos algo lejano,
como si fuera un simple dato o algo que, de vez en cuando, sale en
las noticias porque un grupo de activistas ha denunciado una
situación concreta. Pero no. La sociedad de consumo extremo en la
que vivimos conduce a la Tierra al abismo. Es una obligación moral,
lógica e histórica acabar con esta situación y solucionar un
problema, que a largo plazo (y no tan largo...) será intratable por
la especie humana. Consumimos, producimos, consumimos, producimos. Y
así constantemente a un ritmo que, lejos de disminuir, nunca para de
aumentar por el brutal aumento de la natalidad y la consecuencia
inevitable de la sociedad capitalista de consumo basada, entre otras
cosas, en la obsolescencia programada, que obliga al ser humano a
fabricar productos que ya habían sido fabricados años atrás y que,
muchos de ellos, no se reutilizan. También la publicidad influye en
esto, mostrándonos día tras día las maravillas del mundo material,
vacío y lleno de colores artificiales que crean en nuestra mente una
idea de falsa felicidad a través de comprar.
Más
allá de los devastadores problemas ambientales de la sociedad de
consumo, esta forma de ver la vida humana sobre la Tierra, crea la
necesidad de la explotación inhumana de unos países sobre otros. A
medida que la sociedad de consumo se hace más fuerte, necesita
producir más y, ¿de dónde saca el capitalista los recursos y la
mano de obra para dicha producción? Del Tercer Mundo. No es posible,
por lo tanto, acabar con la explotación del Primer Mundo hacia el
Tercer Mundo sin sustituir la sociedad de consumo por otro modelo se
sociedad, basado en el desarrollo sostenible y la autodeterminación
económica de las distintas naciones.
No
podemos quedarnos en la crítica simple: “los gobiernos no hacen
nada por el medio ambiente y por el Tercer Mundo”. En un sistema
capitalista, el gobierno es solo un útil de los mercados, que son
quienes rigen la sociedad a placer. Por lo tanto, hay que ir más
allá, hay que cavar más hondo e ir a la raíz del problema: la
sociedad. Si no cambiamos el sistema y acabamos con la sociedad de
consumo, no hay solución. No hay magia. No puedes tumbarte al lado
del fuego una tarde de Agosto y quejarte porque tienes calor, tienes
que apagar el fuego.