El
ser humano nunca ha destacado como conjunto en la virtud de la
solidaridad, solo individuos concretos han sabido darle forma y voz
al grito de la ayuda entre los pueblos. Lejos de mejorar como especie
en esta faceta, a muchos nos entran las dudas ante la pregunta de si
estamos evolucionando o involucionando a la hora de cambiar el mundo
para construir uno más justo.
Mientras
los países del Primer Mundo aumentan su hegemonía y riqueza a costa
de la explotación de los países del Tercer Mundo, niegan o
minimizan la ayuda a éstos para su desarrollo en materias tan
imprescindibles como la salud. Empresas privadas controlando la venta
de medicamentos que tratan enfermedades que se cobran millones de
vidas en África cada año, ofreciéndolas a precios inalcanzables
para los individuos de las distintas regiones del continente. Pocos
son los países que ofrecen una ayuda sin ánimo de lucro a estos
países y cuesta creer que países subdesarrollados como Cuba envíen
más ayuda sanitaria a África o a países que han sufrido un
desastre natural como Haití de la que envían superpotencias
europeas o Estados Unidos. Lejos de la solidaridad que ofrecen
distintos colectivos, organizaciones y personas en todos los países
a la causa africana, los distintos gobiernos se alejan mucho de
ofrecer lo que se necesita para la ayuda real.
Además,
no se trata de buscar una ayuda caritativa (la cual es, en cierta medida, necesaria mientras el cambio no llegue realmente) que perpetúe la
desigualdad, se trata de un cambio total en las
relaciones entre los países ricos y los países pobres. Se trata de
que los Estados tomen cartas en el asunto impidiendo que las empresas
de sus países produzcan en países pobres a costa de su mano de obra
y sus recursos, imposibilitando la independencia económica que tanto
necesitan para desarrollarse los países subdesarrollados. Se trata
de que adquieran el poder de la investigación y
comercialización
de los medicamentos que podrían salvar millones de vidas humanas en
el caso de que fueran accesibles para los distintos gobiernos y
familias africanas afectadas. Se trata de invertir en ayudas a los
gobiernos del Tercer Mundo para que desarrollen unos sistemas
sanitarios óptimos con el objetivo de lograr, en un futuro, un nivel
de vida aceptable basado en la salud de los ciudadanos africanos.
Distintas
enfermedades como el VIH o la malaria se cobran al año millones de
vidas, entre las que se halla una escalofriante cifra de niñas y
niños. Lo más cruel y despiadado que nos dejan año tras año estas
estadísticas es saber que existen los tratamientos necesarios para
combatirlas. Lo que ocurre es que se encuentran en manos de intereses
privados que controlan su comercialización y su previa
investigación. Los gobiernos hacen poco o nada porque estas
medicinas se distribuyan a precios lógicos en el Tercer Mundo y,
aunque cruel, es evidente que las empresas que las tienen hacen
todavía menos. Además, en el contexto internacional, los gobiernos
de los países afectados
tienen
poco que decir a la hora de reclamar esos tratamientos para su
población, lo cual hace casi imposible su distribución entre los
africanos.
Se
producen aproximadamente cinco mil muertes al día a causa del VIH.
Esta cifra es desgarradora si tenemos en cuenta que existe un
tratamiento para esta enfermedad, pero que su comercialización en
los países realmente afectados por ella tiene muchísimos obstáculos
económicos y políticos.
El
punto de vista de muchas de las personas que hablan sobre este tema
de cara a la gente no suele ir más allá de simples discursos
moralistas y conformistas: el famoso "el mundo es así",
pero realmente no es así. El mundo no tiene un orden preestablecido
ni se rige por leyes incrustadas en la raíz de la Tierra. El mundo
se rige por las decisiones del hombre,
por su sistema, por su forma de dirigir el paso del tiempo a su
antojo y, en la época que vivimos, las élites son quienes desvían
y asfaltan el camino de la humanidad a su antojo.
“No
se trata de comprender la realidad,
sino
de transformarla.”