miércoles, 17 de julio de 2013

Ni arte ni cultura.

Hace un calor abrasador,
pero la plaza es fría.
No entiende el porqué de tal clamor,
mil como él allí cabrían.

Impaciente y muy confuso,
no lo entiende.
¿Qué es eso, qué hace ahí?
Él no es un objeto que se vende.

Alguien llega, todos aplauden.
Traje de luces, capote rosado,
qué extraño.
No sabe qué está pasando,
el caballero sigue andando
con orgullo.

Pasa un minuto, todo se silencia,
suenan trompetas.
El hombre de ahí enfrente le reta
a embestir la tela.

Obedece a sus instintos, 
va a por ella con rapidez.
Le marean con la capa,
está desconcertado.
Todo esto es muy distinto.

La multitud exclama cada vez 
que no alcanza su destino,
pero siente la necesidad 
de volver a lanzarse a ella.

Se siente acorralado, 
no hay salida.
Solo va de lado a lado.

Tras minutos de incertidumbre, 
más caballeros aparecen.
Sigue moviéndose
hasta que algo se clava en su espalda.
Siente el roce frío en su interior
del odio criminal encarnado en una espada.

Más de una le propician,
está dolorido y mareado,
sangra por cualquier costado.
Humano asesino,
¿por qué estás haciendo esto?

No comprende su castigo,
nunca le hizo daño a nadie,
y frustrado entre suspiros
cae al suelo sin abrigo.

Un par de dagas más le ensartan,
su cuerpo se desvanece
pero ellos no se cansan.

Lo ve todo borroso,
el clamor de las personas le confunde,
él sangrando ahí abajo
y desde arriba todo hermoso.

Pierde la vida sin saber por qué,
ha sido una nueva víctima 
de la crueldad humana.

Asesinando por diversión,
por una cultura repugnante 
y genocida.

Ni arte ni cultura, 
el toreo es tortura.

No a las corridas, ¡basta de muertes inocentes!

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