La noche es joven y aún gatea
cuando viene a verme.
Siempre aparece cuando tengo
escalofríos de café.
Madrugada cruel la que
decidiste disparar
y te rebelaste ante mis labios
como la hacías contra el Estado.
No sé cantar en tu portal
pero sé escribir cuando
no me esperas en él,
nerviosa y sonriente.
Inexplicable el vacío
que dejó tu mar en calma
en la tormenta que
golpeaba mi triste barco.
Tengo unos pies
dispuestos a andar,
pero, ¿para que?,
no tengo camino.
Te marchas y,
con algo de suerte,
la ciudad nos cruzará
cansados de escribirnos.
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