Recuerdo nuestros cuerpos empapados
rozándose inevitablemente en el césped.
El sol secaba nuestra piel y nuestros ojos
se mantenían firmes en la pupila del otro.
El suelo verde como tu mirada y una
calma suicida condicionando las palabras
que, de vez en cuando, lanzábamos
buscando una suave risa y un beso.
Ahora la lluvia mancha mi ventana
desconcertada y el cielo se oscurece
dando pie a sensaciones que contigo
se escondían cegadas por tu belleza.
La misma lluvia de la que un día escapamos
corriendo, como acostumbrábamos a hacer
con la rutina, hoy congela mis cubitos de
fuego y enfría la sangre de mi espalda.
Pasaba calor a las siete de la tarde
contigo, pero aún así, cuánto más
cerca te sentía, menos agobiado
miraba el mundo.
Una vez escribí al otoño que
este año no viniera y ahora
que ya está aquí, le pido
que se vaya y deje paso a tus labios.
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