miércoles, 1 de enero de 2014

Por el vicio de escribir.

El reloj me avisa nervioso 
de que me empiezo a quemar
por el vicio de escribir.

Me intenta advertir de que
la vida no es solo versos y musas;
pero yo le ignoro.
Lo prefiero así.

Estoy leyendo uno de mis primeros poemas
y me acuerdo de ti.
De como este novato 
le escribía a ese leve rizo
al final de tu cabello.

Aún recuerdo esa sensación al leer
por primera vez a Pablo Neruda.
Aquella comprensión tierna,
aquella dulzura oscura...

Hoy pocos quedamos 
con algunas de sus rimas
en nuestra estantería.

Recuerdo de antiguos anocheceres
empaparme de rabia,
pero también de una fría ternura
que a menudo daba lugar
a una soledad voluntaria
incomprensible para un principiante
como era yo en esto de sentir.

Empecé entonces a dejar sonar
un violín o un piano
detrás de las letras
y dejarme llevar por la calma.

Todo me lo daba la inercia,
sin pensar mucho,
dejando salir al exterior
las palabras que mis labios
no decían.

No porque no quisieran decirlas,
sino porque 
no las encontraban.
Se esconden a la espera
de algún poeta que las rime.

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