que ayer te escribía a ti,
hoy le escribo a la noche.
...
No me odies así,
te fuiste y dejaste
suficientes pestañas
entre mis sábanas
como para escribir mil poemas.
Pero no te escribo a ti,
no,
no debo hacerlo.
Como mucho,
nos escribo a nosotros.
A nuestro azúcar en la mesa
que no alcanzó el café.
Ya sabes,
éramos torpes al despertarnos.
Es curioso...
ayer rimaba
porque me besabas
y hoy rimo
porque no puedo besarte.
No, ya no serás mi musa.
Bueno, sí.
Pero te guardaré bien
escondida
detrás de los poemas.
No te quiero en ellos.
...
Insisto en que el café
se me queda muy amargo
todas las mañanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario